Conchita

 EL RAMIRO

Sabemos que podemos olvidar datos, nombres, caras, pero no olvidamos lo que las personas y situaciones nos hacen sentir. Eso me pasa a mí con el Ramiro. Llegué al instituto a una edad bonita, muy crítica, en la que hay mucho por vivir… y por sentir. Yo pertenecía, además, a la segunda generación de chicas que entraba en el Instituto. Es decir, en tercero de BUP (hoy primero de Bachillerato) había únicamente chicos. Procediendo de un colegio en el que solo había chicas, a la expectación de empezar en una escuela nueva se le unía la ilusión de una experiencia totalmente distinta con compañeros (chicos) incluidos. Y fue estupendo. Allí aprendí a hacer nuevos amigos y amigas, a recibir enseñanzas de profesores con auténtica vocación (de nuevo, de algunos de esos profesores no recuerdo el nombre, pero sí lo que me hicieron sentir, que fue verdaderamente mucha emoción), y lo que significa la diversidad de la que hoy tanto se habla en muchos ámbitos.

Diversidad con mayúsculas, tan educativa y que tanto abre la mente, algo de lo que no dejamos de estar necesitados nunca, creo yo. Aún recuerdo a un niño que llevaba un abrigo rosa chicle, que siempre me encantó. Éramos diversos en procedencia, en aspiraciones, en volumen de ingresos de nuestros padres, en un montón de cosas. Hoy la siguiente generación llega al Instituto dos años más joven, y aún se encuentra parte de ese espíritu diverso que tanto me enriqueció.  

Muy especial tiene que ser a la fuerza una institución, cuya mención despierta una sonrisa al encontrarse con un ex-alumno al cabo de los años, y que es capaz de mantener la tradición de dedicar una mañana a encontrarse con esos ex-alumnos e incluso homenajearlos. Muchas gracias, al Ramiro y sus personas, por todo. De corazón.

 

Conchita Gutiérrez Redondo.